Durante años hemos visto en el escenario político local, desde el oficialismo, establecerse la dicotomía de ‘patriotas’ y ‘antipatriotas’. El ‘patriota’, es decir, el que pertenece a sus filas es la suma de las virtudes: desinteresado, honrado, inocente, dotado de un instinto político infalible.
El ‘antipatriota’ es el causante de todos los males habidos y por haber, y puede localizarse tanto en lo interno como en lo externo de la Patria. Nos dicen que mucho mejor nos iría si le dejáramos actuar al ‘patriota’, que encarna la voluntad popular, como los dictados divinos para los creyentes.
El ‘patriota’ es inmaculado, aunque a su alrededor prospere la corrupción. La suya es una inteligencia esclarecida, aunque a veces surjan ‘imprevistos’ que puedan llevar a sus gobernados al abismo más insondable. El ‘patriota’ encarna, a veces él solito, la voluntad del pueblo, principio supremo de la legitimidad.
Sus seguidores, curiosa legión variopinta, consideran que está inspirado por los deseos más grandiosos: “salvar al país”, procurar una “democracia real”. El ‘patriota’ no se detiene, incluso, en protagonizar tragedias en las que es casi imposible determinar su origen y el desenvolvimiento presente y futuro de su trama.
¿Quién se atrevería a reclamarle por saltarse la exigencia constitucional y cívica del respeto a la ley? Quiere cambiarlo todo, de la mano de una justicia hecha a su medida. El ‘patriota’ está contra de todo lo que no salió de numen, lo que le posibilita actuar como revolucionario o como realista pragmático realista, según convenga y requieran las circunstancias.
Fuente: lahora.com.ec
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